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Los inicios del sistema de transporte público de Santiago

La ciudad antes del Transantiago

Muchos nos hemos preguntado, en estos últimos meses, cómo fue que el plan de transporte de Santiago pudo tener un comienzo tan desastroso. Sobre todo porque al inicio de esta década había un amplio consenso en los aspectos esenciales de política pública relacionados con este plan. Consenso que abarcaba a todos los especialistas, de gobierno y de oposición, a los académicos de las principales universidades y a las organizaciones ciudadanas.

El consenso incluía un juicio negativo sobre el estado del transporte público de Santiago en ese momento y la necesidad de ponerlo a la altura del resto de las actividades económicas del país. No había precisión sobre el tipo de sistema al que se aspiraba, pero no era necesario. Con toda seguridad, había más de una forma de dar cumplimiento a la demanda ciudadana por un mejor sistema de transporte y al mismo tiempo mejorar la eficiencia del sistema y reducir las externalidades negativas sobre la ciudad.

Además, había otros elementos que permitían tener una razonable certeza respecto del éxito de este emprendimiento. Un Estado reconocidamente serio en materias de política pública y varias décadas de formación de especialistas en transporte urbano a un nivel comparable al de países desarrollados, lo que permitía contar, tanto en el gobierno como en las empresas consultoras, con las habilidades que se requería para abordar el proyecto.

Hoy, algunos de estos elementos han sido puestos en duda. Principalmente dos: el juicio negativo respecto del transporte público antes del Transantiago y la existencia de un cuerpo de profesionales capacitados para la tarea. La discusión de estos dos puntos es inviable aquí por razones de espacio. Sin embargo, es importante destacar, como respaldo a esta postura, que el consenso señalado al comienzo incluía también a organismos multilaterales, como el Banco Mundial, que comprometió fondos para este proyecto. Los representantes del Banco Mundial sostuvieron muchas veces que Chile era uno de los pocos países en América Latina en que el Banco estaba dispuesto a comprometer fondos para una tarea de esta naturaleza.

Explicar todo lo que ocurrió basándose en un solo factor sería una sobre simplificación. Muchas cosas pasaron para que el plan de transporte de Santiago partiera mal. La cuestión es distinguir cuáles fueron los elementos esenciales del desastre. En mi opinión, el elemento que más afectó fue la ausencia de una autoridad metropolitana y su reemplazo por el Directorio de Transporte de Santiago, comité formado por ministros, subsecretarios y otras autoridades de gobierno.

Ignoro si hay, en el mundo, alguna otra ciudad de cinco millones de habitantes que simplemente no tenga lo que podríamos llamar “existencia jurídica”. No hay ningún organismo que reúna a las personas que tienen la facultad de tomar decisiones sobre la ciudad de Santiago. Existe la Región Metropolitana y la provincia de Santiago. Pero la ciudad no tiene institucionalidad. No existe un organismo que esté a cargo de los problemas metropolitanos, situación que se repite en Valparaíso y Concepción, y que en algunos años se presentará en otras ciudades del país.

Es posible que la coordinación del Plan de Transporte de Santiago haya sido el primer (y único) organismo público cuyo territorio jurisdiccional era la ciudad de Santiago. Y a raíz de esta omisión, ninguna ciudad sufre más que la capital la invasión del gobierno central en sus asuntos. ¿Es que el transporte de Valparaíso va a estar a cargo del Ministro de Transporte? ¿Y el de Temuco? ¿Y el de Antofagasta? ¿Y el de Concepción? Evidentemente no. No es viable. Pero nos cuesta reconocer como una anomalía que el transporte de Santiago esté a cargo del Ministro de Transporte, que es ministro de todo Chile y además tiene que encargarse de las telecomunicaciones.

Entre todos los problemas que tuvo que enfrentar el plan de transporte de Santiago, la ausencia de una autoridad política metropolitana fue el más grave. Se habría necesitado, al menos, una autoridad que tuviera como única función encargarse del transporte de Santiago. Una sola autoridad. Ni cero ni dos. Ni más de dos.

 

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